25.8.09

A propósito del premio Neruda a Cardenal

La generación de Los Ernestos y la vuelta al mundo de la poesía nicaragüense

(Comentario de una nica en Santiago)

A propósito de la visita de Ernesto Cardenal a Santiago para recibir el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda y la lectura que hizo de algunos de sus poemas –principalmente del Cántico Cósmico--, en el homenaje que le rindió la Sociedad de Escritores de Chile, discutíamos con algunos amigos poetas y escritores-as chilenos-as sobre Ernesto, su poesía, su posición política actual, su rol en la poesía nicaragüense, los gustos y des-gustos de cada uno por su poética y sus méritos para optar al Nobel.

Separándonos del plano nada discutible de los gustos ante la poesía de Ernesto (a quien siento cercano desde siempre por ser nicaragüense y por recuerdos de él que van hasta mi infancia), Cardenal tiene el mérito indiscutible de haber cumplido con su propósito de llevar la poética nicaragüense otra vez al mundo, silenciosa desde Darío, y me refiero al mundo en el sentido del público amplio, no al mundo de los escritores acuciosos ni de los expertos en literatura y poética latinoamericana, que sí la conocen.

Benedetti reproduce en su artículo “Poeta de dos Mundos”, en Letras del Continente Mestizo, de 1972, las palabras con que Cardenal ya en 1949 apelaba a una ruptura del silencio:
 “(…) el huir de la publicidad literaria ya se ha hecho casi una tradición en Nicaragua (…) y casi todos los mejores poemas nicaragüenses, dichos al oído de la patria, no han salido de nuestra intimidad todavía. Es éste un silencio necesario a las obras verdaderas; pero creo que ya ha dado sus frutos ese silencio, que es ya mayor de edad la poesía nicaragüense y ha llegado ya la hora de las publicaciones”.

Efectivamente, quedaron en la intimidad, después de Darío, tres grandes post-modernistas nicaragüenses, con voces poderosas como la de Alfonso Cortés (¿Tiempo, dónde estamos/ tu y yo, yo que vivo en ti y/ tú que no existes?), Pallais y Salomón de la Selva; los rupturistas de la Vanguardia como Cabrales, Coronel, Pasos y los dos Cuadra. Y en esa misma intimidad los post vanguardistas, excepto Cardenal, de la epigramática Generación del 40 o de Los Tres, y las siguientes generaciones de la poesía de Nicaragua con la excepción quizá también de Gioconda Belli.

La Generación de Los Tres es también la Generación de Los Ernestos: Ernesto Cardenal, Ernesto Mejía Sánchez y Carlos (Ernesto) Martínez Rivas. En ellos coinciden sólo el nombre, el haber compartido las aulas de clase en el colegio Centroamérica, de los jesuitas, y la rebeldía a las formas. Tres poemáticas diferentes, “cada uno distinto, pero todos inclinados hacia el abismo” dice Octavio Paz en Las Peras del Olmo (México. 1954). Por una parte, la “antipoética” --como la llama Erick Aguirre-- coloquial, simplista, cargada de jerga oral del padre Cardenal; por la otra, el tormento existencial de la soledumbre (Ezequiel D’Leon. 400 Elefantes. 2008) que inventa exorcismos (Paz. 1954) del profesor de la Universidad Autónoma de México, Mejía Sánchez; y finalmente el hermético y desbordado, intenso y profundo Martínez Rivas: “el más favorecido por la gracia poética: preparado como pocos en Nicaragua después de Darío para trasmitirla” (Jorge E. Arellano. Ocho Poetas Mayores de Nicaragua. 1984).

Pero Carlos, con toda su armadura poética, no trasciende los límites de la intimidad de los expertos y tras dos obras publicadas en el 43 y el 53, se queda escribiendo en las paredes de su casa --llenas hasta el más diminuto espacio con las citas de sus libros más apreciados--, mientras que Cardenal vuela al mundo con su palabra llana.


Varios factores conspiraron con el "poeta trapense de Solentiname" para que lograra su cometido de hablar en voz alta y sacar a la poesía de su silencio necesario. Las investiduras temáticas: la revolucionaria, la religiosa y la social, todas jugando en un contexto histórico político y de boom literario latinoamericano que contribuyeron a catapultar la poética de Cardenal, quien supo a su vez exportar --como ninguno, desde Darío-- la poesía de ese potente pequeño pueblo y llevar a Nicaragua, talvez no en la voz de su mejor poeta --como él mismo dice-- pero indiscutiblemente en la de su máximo expositor público, publicado, editado, traducido, reconocido y galardonado, después de Rubén.

“No soy el mejor poeta. Ni el segundo. Ni el tercero. Ni siquiera el mejor de mi generación en la que sólo éramos tres. El mejor de los tres, a mi juicio, es Carlos Martínez Rivas. América lo conocerá algún día”, dijo Cardenal en 1964.




Pero nadie podrá negarle el mérito a Ernesto de haber reabierto la puerta y haber colocado el tapete de Bienvenida para invitar al mundo a ingresar en la intimidad de alcoba de la poesía nicaragüense.

23.8.09

Sin sentidos

Somos bichos sin sentido
en espectro inabarcable
del residuo que se expande
mas allá de la nada

Aspirando entendimiento
en órbita menor
de estériles designios

Y el pobre humano
en su afán de ser superior
amo y señor
del brevísimo espacio que percibe.

La muerte

¿Miedo de mí? Si estás muerto ocho horas al día y el resto de ellas pretendiendo que lo estás.